22 jul 2011

Recuerdos para el tío Rigo

Para el tío y para todas las personas y familias
que conviven con el Alzheimer  


Es un domingo de brisas y cielos templados. El tío Rigo está en su silla de madera, en medio del pasillo. Son las tres de la tarde.
El cabello cano y la mirada de muchos años que viene y va.  Un suéter azul y pantuflas. Se frota las manos. O mueve sus dedos una y otra vez por los brazos de la silla.

 - La enfermera dice que le duelen las articulaciones-
Las arrugas le adornan la frente y el contorno de los ojos oscuros.

A veces las palabras se le fugan de la boca y no las encuentra. Los recuerdos se le escapan y su mente corre tras ellos, pero no los alcanza.
El tío Rigo tiene Alzheimer.  Vive en el Hogar de Ancianos de Turrialba.

Confieso que ese lugar antes me daba escalofríos.

-Ese miedo absurdo que le tiene uno al paso de los años.
¡Como si hubiese forma de detener el tiempo!-

-“Me llamo Rodrigo Fernández”,  dice sin titubear, después de la pregunta de mi hermana.  
Cuando lo escucho tan seguro diciendo su nombre, me atrevo a creer que hay cosas que un ser humano nunca olvida.

Quisiera saber si recuerda su primer beso.
Quisiera saber si en unos años yo recordaré mi primer beso.

Pero hay cosas que no se preguntan, porque al olvido no se le desafía.
La tarde se pone como de lluvia. Hay señores que caminan por los senderos del Hogar. Otros escuchan en un radio de baterías boleros de alguna época dorada.

-“Tío, ¿usted quiere ir a bailar?”
- “¡Pues claro!”

Lo tomo de las manos y hacemos como que bailamos.
¡Qué cosas! Nunca antes bailamos juntos y ahora nos ilusionamos con estos boleros de pasillo.

En el Hogar el tiempo es diferente. Transcurre lento, sin esa manía que tienen los relojes de andar moviendo sus manecillas apresuradas
Es como si estuvieran en plena competencia.

El reloj de pulsera vs El reloj de pared.

El reloj despertador vs El reloj del microondas.

¿Qué hace el tío con todas sus horas?
¿Qué hace el tío tan solo?

Cuando ya no hay distracciones, ni horarios, ni cronogramas, ni responsabilidades, ni trabajo, ni pendientes, de seguro que de alguna forma uno perfecciona el arte de estar solo consigo mismo.  

-O se vuelve uno experto en los oficios del olvido-

Pero ni siquiera aquí, en el Hogar, donde las horas se van despacio, se libra uno de que se acaben en algún momento.
El adjetivo fugaz hace buena pareja con el sustantivo tiempo.

Ya son las cinco. Hay que decir hasta luego.
- “Déjeme su número de teléfono”, me dice al estrechar mi mano.

La petición me sorprende.
- “Yo se lo dejo apuntado en un papel. Pero, ¿para qué?”

- “Para ponernos de acuerdo y darle un regalo”
Ahora estoy más sorprendida.

- “¿Un regalo? ¿Qué me va a regalar?”
- “Un libro que escribí”.

¿Será que uno de sus sueños sin cumplir fue escribir un libro?
¿Será que mi tío fue poeta inédito y hay un diario con poemas suyos en un mueble viejo de la casa?

Al tío hay que hablarle despacito. Palabra a palabra.
A uno que vive en este mundo de síntesis y atajos se le olvida que es necesario hablar bien, hablar despacio.

Hablamos rápido, entre dientes, acortamos palabras y disimulamos otras, como si tuviéramos una traba en la boca que nos impide decir lo que sentimos.

Hago el esfuerzo. Me quito la traba. Logro decir algo despacio:
-"Tío, ¿usted me quiere?"

- "¡Pues claro!", dice con una sonrisa que da cuentas de su sinceridad.
- "¿Me regala un abrazo?"

Salgo premiada. No solo me da un abrazo, también un beso en la mejilla.
Mientras me alejo, mientras mis pasos me acercan más a ese mundo de apuros, el tío se queda allí en el pasillo.

Y su mirada se va. Y las palabras se le fugan. Y los recuerdos se le escapan.
Pronto servirán la cena y luego lo llevarán a dormir.

Quisiera ponerle en una bolsa todos los recuerdos de sus años y amarrársela muy bien al brazo de la silla.
Para que no se le escapen. Para que cuando quiera recordarlos tan solo meta la mano y saque segundos de vida para gozarlos nuevamente.

-Para eso nos dieron la memoria, ¿no? Para reparar ese paso efímero de los años y tener la gloria de repetir la vida cuando queramos-
¡Cómo quisiera regalarle recuerdos al tío!

¡Cómo quisiera poder hacerlo!
Son tan tristes y muy solitarios los oficios del olvido…  ¿Verdad que sí, tío?

8 jul 2011

Confesiones y lunares

Tenés algo mío, tenés mi lunar


Cuando nos veamos otra vez

no me pintaré los labios.
No importa la hora ni la ocasión,

yo no me pintaré la boca.
Con mis labios desnudos

se lucirá más ese lunar.
Ese lunar que es tuyo.

Un milímetro de mi cuerpo
del que sos dueño.

Ese  espacio diminuto,
al lado izquierdo de mi boca.

Ese  espacio diminuto,
al que le sientan muy bien tus besos.

Un regalo que traerá
consecuencias graves.

Porque nunca más alguien
trendrá mi cuerpo completo.

Porque una parte,
el lunar más pequeño,

el lunar de mi boca,

ya tiene dueño.