Desnuda frente al mundo.
Limpia de recatos y de reglas.
Sana. Virgen. ¡Libre!
Un primer aliento en el cielo de la boca
y deseos inéditos en la punta de los dedos.
Envuelta en la metamorfosis.
Sin los vicios de la socialización humana.
Yo misma. En paz.
Con el apetito de la vida,
en la boca del estómago.
De vuelta al primitivo estado
de la felicidad plena.
Así, como en el principio:
desnuda… nacida otra vez…
Nunca pensé en el dolor como una puerta que diera a la vida. Pero esa noche, lo fue. Me dormí decidida a no estar. Me dormí solo porque alguien me dijo que lo hiciera. Una imagen borrosa me dio la despedida. Yo no quise despedirme de nadie. Cerré los ojos y ya. Pero el propósito era otro. Si esa madrugada, de ese mayo, me mantuvo dormida, fue para hacerme renacer. Para despertarme a los oficios de la vida. Para que el pasado fuera experiencia y no condena. Para que el dolor ya no fuera una constante. Así: metamorfosis.